jueves, 26 de abril de 2012

Los Diez Principios de la Felicidad

1. Nadie va a darme la felicidad, sólo yo puedo conseguirla. En este primer
pensamiento, el ser humano toma la responsabilidad de su vida e inicia
una búsqueda y un esfuerzo por encontrar eso que tanto busca.
2. Yo soy un ser único en toda la tierra, nadie me comprende mejor que
yo, y nadie sabe lo que yo necesito mejor que yo. En este segundo
principio se dan las bases para eliminar cualquier ofensa que las
personas reciban de parte de otras; cualquier comentario que deprima a
una persona podrá ser nulificado bajo este principio, ya que la persona
reconoce que nadie puede opinar acerca de ella, puesto que nadie la
conoce mejor que ella misma.
3. Lo que recibo ahora es lo que sembré ayer, y lo que siembre ahora será
lo que reciba mañana. Este tercer principio permite al ser humano
reconocer que los problemas actuales son resultado de acciones
incorrectas del pasado, pero que, por lo mismo, el momento presente es
el indicado para ir sembrando un futuro.
4. Ni el pasado ni el futuro pueden lastimarme, sólo el presente tiene valor
en mi vida. Entendiendo este cuarto principio, la persona le dará todo el
valor que tiene su momento presente y le restará importancia a los
hechos pasados que le causan remordimientos, y a los hechos futuros
que le causan angustia.
5. Sólo yo decido lo que debo hacer en este momento. Es decir, el ser
humano entiende que las influencias ajenas son tan sólo eso,
influencias, y él es el único que puede decidir qué hacer en ese
instante.
6. Sólo en el amor y en la paz interior puedo tomar las decisiones
correctas. Es decir, si hemos de actuar en el tiempo presente,
tendremos que hacerlo en paz y con amor, pues de esta manera, las
acciones que tomemos estarán inspiradas en nuestra más alta
capacidad tanto de servicio como de inteligencia.
7. En mis decisiones tomaré siempre en cuenta el beneficio de los demás.
Es decir, tomaré aquellas decisiones que beneficien a la mayor cantidad
de personas; de esta forma, mi vida se estará encaminando hacia la
más alta gloria que es la de recibir la compensación por el servicio
prestado a los demás.
8. Mi cara es el reflejo de mi estado interior. Es decir, cuidemos siempre el
aspecto de nuestro rostro, adornémoslo siempre con la sonrisa, y que
los ojos se encuentren siempre prestos a mandar una mirada de amor,
porque de esta forma estaremos reflejando la serena armonía de quien
ha aprendido a caminar en el sendero de la felicidad.
9. Soy un hombre al servicio de la humanidad. Es decir, todo lo que yo
haga, todo lo que yo diga, todo lo que yo piense o sienta, servirá para
gloria de la humanidad, o bien, para perdición de ella.
10. Yo tengo una misión en la vida, ser feliz y hacer feliz a los demás. Este
último principio da sentido a nuestra existencia, y, a la vez, orienta
nuestros esfuerzos hacia el beneficio de toda la humanidad.

miércoles, 18 de abril de 2012

CANICAS ROJAS

Contado por un veterano...
 
 
CANICAS ROJAS
Durante los duros años de la depresión, en un pueblo pequeño de Estados Unidos y solía ir al almacén del Sr. Miller para comprar productos frescos de granja. En aquellos tiempos la comida y el dinero escaseaban, y el trueque era muy frecuente.
Un día, en ese almacén, vi un niño, con la ropa gastada y sucia que miraba atentamente un cajón lleno de manzanas rojas. Yo también las estaba admirando, porque eran realmente hermosas y por eso no pude evitar oír la conversación entre el pequeño y el Sr. Miller.
—¿Hola Barry, como estás, quieres algo?
—Hola Sr. Miller, estoy bien gracias, sólo admiraba las manzanas… son preciosas.
—Sí y además son muy buenas.
—¿Cómo está tu mamá? Bien…
—¿Hay algo en que te pueda ayudar? —No señor. Sólo miraba las manzanas.
—¿Te gustaría llevarte algunas a casa? —Claro que sí.
—Bueno, ¿qué tienes para darme a cambio por ellas?
—Lo único que tengo es esto, mi canica más valiosa.
—¿De veras? ¿Me la dejas ver?
Barry le mostró su tesoro, pero el Sr. Miller, no se quedó muy contento. —El único problema es que esta es azul, y a mí me gustan las rojas, le dijo.
—¿Tienes alguna como esta, pero de color rojo, en casa? No exactamente, pero tengo algo parecido.
—Hagamos una cosa. Llévate esta bolsa de manzanas a casa y la próxima vez que vengas, me traes esa canica roja que tienes. —Muchas gracias Sr. Miller. Y salió corriendo con su bolsa de manzanas rojas.
La Sra. Miller se acercó a atenderme y con una sonrisa me dijo, hay dos niños más como él en nuestra comunidad, todos están en una situación de extrema pobreza y a mi esposo Jim, le encanta hacer trueque con ellos y les cambia canicas por patatas, manzanas, tomates, o lo que sea. Lo gracioso es que cuando vuelven con las canicas rojas que mi esposo les había
pedido, él decide que en realidad no le gusta tanto el rojo, y los manda a casa con otra bolsa de comida, a cambio de que la próxima vez le traerán una canica de color naranja, verde o azul. Es una manera de ayudarles sin que se sientan mal.
Me fui del negocio sonriendo e impresionado con este hombre.
Pasado el tiempo, el Sr. Miller falleció. Por la noche fui a su velatorio acompañando a unos amigos y mientras saludábamos a los familiares para dar nuestro pésame, me fijé en tres jóvenes, muy bien vestidos que saludaron a la Sra. Miller y luego se acercaron respetuosamente para despedirse del Sr. Miller.
Cuando llegó nuestro turno, la Sra. Miller con los ojos brillando me tomó de la mano, me acompañó al ataúd y me dijo: «Esos tres jóvenes que acaban de salir, son los dos chicos de los cuales le hablé y aquél que usted conoció hace unos años en la tienda. Me dijeron que vinieron a pagar su deuda»
A continuación la esposa levantó la mano de su esposo fallecido y allí estaban las tres canicas rojas exquisitamente brillantes.
El amor del Sr. Miller quedó grabado en el corazón de los tres chicos de tal manera, que jamás olvidaron su actitud y generosidad.
 
«No seremos recordados por nuestras palabras, sino por nuestras acciones»