viernes, 30 de diciembre de 2011

¿Y ENTONCES DONDE VIVE DIOS?

Exploremos algo realmente fascinante. Veamos el lugar en el universo en el que Dios reside, el lugar en que Dios existe. Muchas personas creen que Dios está en todas partes, pero no creen que Dios resida dentro de ellos. Puede ser que digan esto por humildad, pero en realidad es el colmo de la arrogancia imaginar que Dios existe en todas partes en el Universo, excepto en ti. Eso haría que tu cuerpo, mente y alma sean propiedades muy exclusivas.
Si aceptamos, en cambio, lo que incluso las religiones tradicionales dicen: que Dios es el Alfa y el Omega, el principio y el fin, el Todo-en-Todo, entonces necesariamente tenemos que concluir que Dios existe en nosotros. Ésta es una conclusión importante, porque si es correcta (y lo es), nos encontramos con una interrogante muy intrigante y significativa: ¿Dónde en nosotros existe Dios? ¿En nuestro dedo meñique? ¿En nuestro dedo gordo del pie? ¿En nuestro cerebro? ¿En nuestro corazón? ¿En nuestra alma? (¿Tenemos siquiera un alma?) (Sí.)
La respuesta: si Dios realmente es el Todo-en-Todo, el Alfa y el Omega, entonces no puede haber ningún lugar en nosotros donde no esté Dios. De hecho, no hay ningún lugar en nada donde no esté Dios. Dios está en todas partes, y se manifiesta en todo. Esto nos lleva de vuelta a la Verdad Tácita. Si Dios está en todas partes en ti, si no hay ningún lugar en ti donde no esté Dios, entonces Dios eres tú. Y todo lo demás.
Una vez que entiendes esto, ya nunca más puedes imaginar que la vida se trata de “ti”. No en el sentido de que “tú” tienes que ser, hacer o tener algo en particular para poder ser feliz. No en el sentido de que “tú” necesites algo, o que requieras de algo, para poder sobrevivir. Vivir en esta verdad hace que sea muy difícil ser “atrapados” en los pequeños “dramas” cotidianos de la vida, tal como la vive actualmente la mayoría de la gente en la tierra, y proporciona una nueva perspectiva sobre las tragedias realmente importantes y el conflicto de nuestra especie.
Durante 50 años estuve viviendo un caso de identidad equivocada. Yo pensaba que estaba separado de Dios. Ahora sé que esto no es verdad, y que Dios y yo somos Uno. Esto no quiere decir que “yo soy Dios” en el sentido arrogante de esas palabras. Esto significa que “yo soy lo que Dios es, y Dios es lo que yo soy”. ¡Esto significa que verdaderamente he sido hecho a imagen y semejanza de Dios! Y tú también.
En un nivel estrictamente personal, esto significa que ya no necesitas nada en absoluto, y por tanto puedes soltar todos tus “dramas” personales cotidianos ahora mismo. Dado que eres todo lo que puedes imaginar que necesitas o deseas, ¿de qué hay que preocuparse?
¿Deseas amor? Tú eres amor. ¿Deseas abundancia? Tú eres abundancia. ¿Deseas compasión, perdón, comprensión? Tú eres compasión, perdón, comprensión. Puede ser que no experimentes que eres estas cosas si has estado viviendo un caso de identidad equivocada, sin embargo, la manera más rápida de experimentar que eres estas cosas es ser estas cosas. Y la manera más rápida de experimentarte a ti mismo siendo estas cosas es dar estas cosas. Porque es al dar que haces realidad y multiplicas el tener, y es al tener que experimentas y expandes el ser, y es al ser que abrazas y expresas el conocimiento de Quién Eres – y éste es el propósito de toda la vida.
Estas son comprensiones que, una vez que se abrazan verdaderamente, pueden alterar tu experiencia de vida para siempre.

Neale Donald Walsh

martes, 6 de diciembre de 2011

OBSTÁCULOS

Voy andando por un sendero.
Dejo que mis pies me lleven.
Mis ojos se posan en los árboles, en los pájaros, en las piedras. En el horizonte se recorte la silueta de una ciudad. Agudizo la mirada para distinguirla bien. Siento que la ciudad me atrae.
Sin saber cómo, me doy cuenta de que en esta ciudad puedo encontrar todo lo que deseo. Todas mis metas, mis objetivos y mis logros. Mis ambiciones y mis sueños están en esta ciudad. Lo que quiero conseguir, lo que necesito, lo que más me gustaría ser, aquello a lo cual aspiro, o que intento, por lo que trabajo, lo que siempre ambicioné, aquello que sería el mayor de mis éxitos.
Me imagino que todo eso está en esa ciudad. Sin dudar, empiezo a caminar hacia ella. A poco de andar, el sendero se hace cuesta arriba. Me canso un poco, pero no me importa. 
Sigo. Diviso una sombra negra, más adelante, en el camino. Al acercarme, veo que una enorme zanja me impide mi paso. Temo... dudo.
Me enoja que mi meta no pueda conseguirse fácilmente. De todas maneras decido saltar la zanja. Retrocedo, tomo impulso y salto... Consigo pasarla. Me repongo y sigo caminando.
Unos metros más adelante, aparece otra zanja. Vuelvo a tomar carrera y también la salto. Corro hacia la ciudad: el camino parece despejado. Me sorprende un abismo que detiene mi camino. Me detengo. Imposible saltarlo
Veo que a un costado hay maderas, clavos y herramientas. Me doy cuenta de que está allí para construir un puente. Nunca he sido hábil con mis manos... Pienso en renunciar. Miro la meta que deseo... y resisto.
Empiezo a construir el puente. Pasan horas, o días, o meses. El puente está hecho. Emocionado, lo cruzo. Y al llegar al otro lado... descubro el muro. Un gigantesco muro frío y húmedo rodea la ciudad de mis sueños...
Me siento abatido... Busco la manera de esquivarlo. No hay caso. Debo escalarlo. La ciudad está tan cerca... No dejaré que el muro impida mi paso.
Me propongo trepar. Descanso unos minutos y tomo aire... De pronto veo, a un costado del camino un niño que me mira como si me conociera. Me sonríe con complicidad.  
Me recuerda a mí mismo... cuando era niño.  
Quizás por eso, me animo a expresar en voz alta mi queja: -¿Por qué tantos obstáculos entre mi objetivo y yo?   
El niño se encoge de hombros y me contesta: -¿Por qué me lo preguntas a mí?
Los obstáculos no estaban antes de que tú llegaras... Los obstáculos los trajiste tú.